sábado, 27 de diciembre de 2008

Atilio Veronelli - Consumo Cuidado

.
Cuento del graciosísimo libro de Atilio Veronelli, "Humor a la Veronelli". Ed. de la Flor. Bs. As. 1999. pp. 15-25.



CONSUMO CUIDADO


Yo soy un consumidor compulsivo. Así decía en un libro que me compré hace poco. Me lo compré mientras esperaba que un semáforo se pusiera en verde. Venía con dos cuadernos rayados de cien hojas, y diez biromes azules. Cinco pesos todo. Ahí en el libro, se explica todo lo que hay que saber sobre el consumo.

El consumo, como su nombre lo indica, es aquello que hace que la gente, con sumo cuidado, y con sumo placer, consuma esperanza, y se vuelque al consumismo. El consumismo, como su mismo nombre también lo indica, consiste en que todos anden con su mismo pantalón, con su mismo perfume, con su mismo auto... Como el comunismo.

¡Para mí el consumo es lo mejor que hay! Desde que existe el consumo, la vida del hombre se convirtió en un intento constante por tener cosas. ¿Para qué estudia un arquitecto? Para construir cosas. ¿Qué cosas? Casas. ¿Qué es una casa? El lugar donde uno tiene sus cosas. ¿Qué es una mudanza? El traslado de cosas de casa en casa. En la casa en la que estábamos ya no caben nuestras cosas. ¿Qué es la felicidad?... ¡Un montón de cosas!

Lo que uno tiene que tener, son cosas. Qué cosa, ¿no? ¿Qué sería uno sin sus cosas? ¡Cualquier cosa!

Una cosa, por ejemplo, que yo creo que todo el mundo debería tener, es una computadora. Porque con una computadora se pueden hacer un montón de cosas. Te podés conectar con la Internet. Eso es recopado, porque te podés conectar con una universidad de Canadá, y tenés un montón de datos... ¡Que a vos en la puta vida te interesaron! ¡Porque ni sabías que existía Canadá, mucho menos que había una universidad, y menos todavía que vos ibas a ir hasta allá para averiguar algo! Pero si no te comprás una computadora, hoy en día, te quedaste afuera. ¿Viste?

Otra cosa buenísima que me compré y que les recomiendo que se compren, es un péiyer. Para los radiomensajes... Yo me lo pongo en el cinturón, porque es más canchero. Y lo bueno que tiene, es que ni siquiera hay que mirarlo... Cada vez que recibís un mensaje, te da un shock eléctrico de 20 voltios.

Y si vos no te fijás enseguida quién llamó, a los treinta segundos te encaja otro de 40. Lo bueno que tiene para mí es que, aparte de que te avisa que tenés un mensaje, la electricidad te hace parar la japi.

Y por supuesto, también tengo... como muchos de ustedes... el teléfono celular. Yo mucho no lo uso, porque el número no se lo di casi a nadie... Para que no me cobren las llamadas. Y además, en general lo tengo apagado... Para pagar poco. ¡Pero es una comodidad!

Yo lo llevo apagado durante cinco o seis días, hasta que se le gasta la batería. Y ahí es cuando tengo que hablar, y busco un teléfono público.

Pero a mí, la verdad, lo que más me gusta... es ir al supermercado. A mí me gusta ir con el auto, así puedo comprar más cosas. Me encanta volver a mi casa lleno de bolsas. Por suerte yo siempre estaciono rápido, porque no tengo empacho en poner el auto en el lugar reservado para lisiados. Si cuando me estoy bajando viene alguno y me pregunta dónde está el lisiado, le digo que está debajo del auto, y que, justamente, acaba de empezar su vida como lisiado debido a mi rapidez para estacionar.

Después, voy y agarro un changuito. Los changuitos está todos en fila, como si cada uno se estuviera culiando al de adelante. Una gran orgía de changuitos a lo largo. Yo casi siempre elijo el que está en la punta, porque me parece que es el menos puto. Por lo menos a ése no se lo está culiando nadie.

Ahora, yo no sé si es un defecto de fábrica o si se debe al desgaste generado por el uso, pero... ¿vieron que en general alguna rueda le gira mal? O es un changuito que va hacia la derecha. Hay dos ruedas que están torcidas, y no se enderezan ni por puta. O si se enderezan ésas, las de atrás no quieren avanzar.

Y cuando el changuito está vacío, es más indominable. A veces hay una sola rueda que jode. Que está como trabada para el otro lado. Yo al principio trato de arreglarla, sacudiendo el changuito... Pero claro, obviamente, si está así hecha mierda, yo tampoco soy un quiropráctico de changuitos, como para, con un simple movimiento, corregir un defecto tan grande. Ahí es cuando a mí se me plantea una especie de desafío “hombre-objeto”. ¿Elijo otro changuito y te dejo solo en la fila, que te agarre otro y se joda, o me la banco? “Yo te voy a hacer andar por donde yo digo. Porque yo soy un hombre, y vos sos un changuito. Sos chiquito todavía, sos un changuito. Como un niño tucumano en chancletas.”

Después, mientras empujo, tengo que ir disimulando, como si quisiera ir justamente por donde va el changuito, y voy entrando en diagonal por el supermercado.

A mí me gusta ir de tarde. Porque a la tarde hay muchas más mujeres que hombres. Mujeres... horribles, en la mayoría de los casos. Pero bueno, uno está con un changuito, no con el auto, así que tampoco podés hacer demasiado. No podés parar con el changuito y decirle a una mina: “Te acerco hasta la góndola de las galletitas?”.

Además... Yo doy tantas vueltas hasta que encuentro todo lo que quiero... Hay gente muy metódica para hacer las compras, pero yo confío más en mi instinto aventurero: “Algo me dice que lo que busco debe estar por acá”. Y después tengo que retroceder. Y es difícil retroceder, porque el supermercado no está señalizado. Es el paraíso de los argentinos. Cada uno va por donde se le cantan las bolas. Total, si chocás no calienta, porque no es tuyo el changuito. Lo que hay que tener cuidado de no golpear, son las cosas que llevás adentro.

Yo a veces voy avanzando por las góndolas, y por ahí veo algo de reojo. ¿No? Como cuando uno va con el auto y ve una mina con lindo culo, y uno dice “Eh ¿bbbrrrem?”. Se cerciora de no chocar, frena, y después mira. Bueno, yo voy avanzando con mi changuito, y de repente veo algo de reojo. “¡Uy, me parece que eran las galletitas daiet! ¡Las daiet que estaba buscando! ¡Daiet lait!”. Y para no retroceder con el changuito, dejo el changuito estacionado, retrocedo y agarro las daiet lait, que tienen cero calorías y... Cero nada. O sea: me compro un paquete vacío pero de galletitas. Las tiro en el changuito, e inmediatamente se me hacen pomada. Entonces tengo un paquete de migas, daiet. A mí me da lo mismo, porque yo siempre sopeo las galletitas en el café con leche, y de esta manera me ahorro un laburo, porque directamente tiro el contenido del paquete en la taza, y se hace como un caldito. Ojo... No todos los productos se rompen. El agua mineral, no. Porque viene en pack. Los “packs” son grupos de botellas unidas por plástico. Yo por ahí necesito cuatro, y digo “Ma sí, me compro un pack”. ¡Mejor! Hay que tomar mucho agua mineral. Para poder ser como Valeria Mazza. Yo quiero ser como Valeria Mazza. Así me aseguro de que no voy a tener tetas.

Lo que es difícil de comprar es la baguette, porque no cabe en ningún lado. Antes, el pan lo vendían en la panadería. Pero se ve que a los supermercadistas no les alcanza con hacer desaparecer los almacenes. Quieren hacer desaparecer todos los negocios del barrio. La cuestión es: ¿dónde metés la baguette? Sí, no, no, la respuesta fácil yo la conozco. Tiene la formita, todo... Pero la verdad es que es grande hasta para eso. ¿Qué contradictorio, no? Uno se compra un pan grande, para cortarlo en pedazos. Mientas que hay montones de panes, ahí nomás, que ya vienen cortados. Lo que pasa es que a mí me gusta llegar a mi casa y decir: “Ah, compré baguette”. Como para que los demás se enteren de que hay una cosa extranjera en la casa. Aunque sea una flauta.

Porque vos no decís “Compré una flautita larga”, decís: “Compré baguette”, y da la sensación de que la trajiste recién horneada de Francia.

En cambio con los sachets de leche es al revés. Porque, lo pongas como lo pongas, igual parece que el sachet se queja. Es como si dijera: “Ay... no me gusta estar acá”, “Así me parece que me voy a reventar”. Encima, yo a los sachets de leche nunca les encuentro la fecha de vencimiento. O no figura, o está borroneada. Nunca sé si venció ayer, o si lo elaboraron mañana. Dice “elab, 19, barra, borrado, barra, 1”. ¿Esto será materia orgánica todavía?

Le pregunto al repositor: “¿El vencimiento de esto?”. “Está en el costadito”, me dice, como quien conoce las huellas de un camino. Y yo entro a girar el sachet y ni siquiera le encuentro el costadito. Y si esa leche está podrida, nos morimos todos en casa. De botulismo. Y si después la llevo de vuelta al supermercado y digo “Estaba podrida”, me dicen: “¡Y, viejo... se hubiera fijado en la fecha de vencimiento!”. ¡Mala leche!

Pero a mí, igual me gusta ir al supermercado, porque hay de todo y siempre está un poco más barato. La ropa, por ejemplo. Las remeras se las compra todo el mundo. Y como todo el mundo va al supermercado que queda cerca de su casa, después cuando uno va por el barrio, se cruza con mucha gente que anda con la misma remera. Y ya hay como una cosa tácita de buena vecindad: “¡Je! Cinco con cincuenta, en Carrefur”. “Buena pilcha, ¿eh?”, “¡Contámelo a mí!

Hay tantas cosas para comprar, que algunas son difíciles de encontrar. El otro día fui a comprar alimento para perro en lata. Tienen gusto a pollo, o gusto a carne, pero están hechas con mierda. Mi perro ya se acostumbró. De chiquito se comía su propia mierda, y ahora le gusta ver cómo la saco de la lata.

Había mucho alimento para gatos y bolsas de galletitas para perros, pero alimento en lata, no había. Agarro a una promotora y le pregunto... “¿Perdón, el alimento para perros en lata...?”. Me dice: “A la vuelta”. Doy la vuelta: sección jardinería. ¡¿Qué mierda tiene que ver el alimento en lata con la jardinería?! Pero igual miro. No lo encuentro. Miro de vuelta. Miro a la vuelta del otro lado: sección piletas de natación. Tampoco hay nada. Hay cloro, hay pastillas de cloro, cloro en supositorios, pero alimento en lata para perro, no hay. Como la promotora me lo dijo con mucha seguridad, no quiero volver y decirle (como un boludo) “No lo encontré”.

Me resigno, y al rato, justo cuando estoy por llegar a la caja, el tipo que está delante de mí, entre las cosas que saca, saca tres o cuatro latitas de las que yo estaba buscando. Yo estaba preparado para llegar a casa y decir: “No. No hay más. Parece que se cortó la cosa. El supermercado no las vende más. No es la onda que los perros coman de lata”. ¡Y no! Tiene cinco o seis. Y veo que sigue sacando. Claro, a lo mejor se las llevó todas él. Le pregunto: “Discúlpeme, ¿las latitas de alimento para perros, de dónde las sacó?”. “A la vuelta de la sección de gatos.” “¿La sección jardinería?” “Sí.”

Igual, para mí, por más que haya supermercados, shoppings, molls y todo eso, consumo, lo que se dice consumo, era el de antes.

Antes, el consumo estaba directamente relacionado con el status. Status es... una palabra en latín, cuyo verdadero significado sólo conoce Mariano Grondona. Así que no puedo explicar exactamente qué significa, pero hace veinte años atrás, si uno tenía un departamento, uno podía sentirse orgulloso y lleno de status. ¡Tengo un departamento! Con un portero, que me lava la vereda, expensas comunes, losa radiante, y un ascensor que me sube y me baja. En cambio ahora, ese departamento es un conventillo, donde la calefacción no funciona, los caños están podridos y los tienen que pagar entre todos, el portero te puede afanar, y en cualquier momento se cae el ascensor a la mierda. Por eso ahora ya no se habla más de status. Se habla de calidad de vida. Todo el mundo habla de calidad de vida. El doctor Cormillot, Teresa Calandra, María Julia Alsogaray...

Dice el doctor Cormillot que cualquiera puede tener calidad de vida. Cada vez peor. A medida que se tala el Amazonas.

Entonces, yo un día me dije a mí mismo: “Mismo, yo quiero una mejor calidad de vida, para mí, y para mi familia. Me voy a vivir a un country”. Y me fui a vivir a un country, donde además de calidad de vida, por sobre todas las cosas, encontré seguridad.

Yo vuelvo del trabajo, agarro Panamericana, y llego a la entrada del country, donde el personal de Seguridad verifica que yo soy yo mismo. Ellos se quieren asegurar de que uno es uno mismo. Si no, no te dejan pasar. Yo entro y salgo todos los días, igual me piden documentos.

Un día me afeité el bigote y no me dejaron pasar porque me había olvidado de avisarles. Está bien. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje. No es como en los edificios de departamentos, que uno toca el portero eléctrico... “paparabapa, papa” ... “¡Soy yo!” Y te abren.

Acá se acabó la joda. Tenés que ir siempre vestido igual, peinado de la misma manera y con el mismo auto, porque si no te reconocen te quedás afuera.

Y si viene alguien a visitarte, y vos no avisaste, no entra. Ésa es una cosa buena de los countries, porque nadie llega a tu casa y te dice: “Uy, pasábamos por acá y dijimos: Vamos a tocarle el timbre a Carlitos”. Eso puede ser si uno vive en Callao y Santa Fe. Pero cuando uno vive en un country, los amigos piensan: “No, qué lo vamos a ir a visitar, si este hijo de puta vive en la loma del orto”. Es peor, en otro sentido, porque cuando vienen, es para pasar el día. Llegan con los chicos, la suegra y el termo para instalarse. Pero lo bueno es que si uno no avisó a Seguridad, no pueden entrar. Porque el tipo de la puerta no los conoce, y no sabe si ellos son ellos mismos.

En cambio, los de Seguridad, saben todo de mí. Saben cuánto cuesta mi casa, cuánto vale mi auto, en qué horarios salgo, en qué horarios queda sola mi mujer... A qué hora hace gimnasia con ese guacho que contrataron como profesor de aerobics. O sea: yo salgo mucho más tranquilo, y encima, agarro autopista, pago dos peajes, y en veinte minutos estoy en el Obelisco. No sé para qué hago eso, porque yo trabajo en Luján. Pero vale la pena, porque mi mujer disfruta de otra manera, y los chicos crecen sanos, y pensando que el mundo es así: un lugar rodeado de alambre, con dos tipos armados en una casilla.

Aunque a veces, los que cambian son ellos. La vez pasada llego y veo a uno que no conozco. Le pregunto... “¿Qué tal? Perdón... ¿Y Bartolomé?” “No, no está, no... lo metieron preso por el asunto del secuestro extorsivo. Pero quédese tranquilo, que yo soy el hermano.”

Es bárbaro. No hay forma de que alguien te asalte, porque están los de Seguridad. Uno sabe que ante cualquier problema, ellos van a reaccionar, y le van a dar una paliza al que sea. ¡Al que sea! Y eso nos incluye. Y eso es bueno. Porque también uno, en algún momento de locura, puede atentar contra el orden establecido. Y es bueno saber que uno tiene un hermano mayor que te vigila. Porque aunque yo compré mi terreno, y me construí mi casa, y pago las expensas, los servicios, y la seguridad, el lugar no es mío. O sea: es como un condominio. Un condominio, es como un condón donde uno está dominado. O, viéndolo de otra manera, uno es un forro, en medio de un campito alambrado, que hasta hace veinte años era un baldío, donde había dos caballos, y donde ahora uno dice: “¡Ah! ¡Con vista al golf!”. ¡¿Qué cosa, no?!

Yo creo que en el futuro todos vamos a vivir en el campo, interconectados por nuestras computadoras, comprando lo que necesitamos con nuestros celulares, haciendo ejercicio en nuestras casas, y viendo todo lo que pasa por televisión. Y todo va a ser perfecto.

Bueno... Casi todo... Dicen que el principal problema de los próximos siglos va a ser el aburrimiento. O sea: va a haber un montón de gente cagada de hambre, que va a seguir igual de entretenida que siempre, tratando de encontrar algo que morder. Pero la otra gente, la gente como uno, bah, como ustedes, va a estar aburrida, tratando de ver qué hace con el tiempo que le queda libre.

Las casas van a ser inteligentes, con lo cual más de uno se va a quedar afuera por boludo. Y gracias al consumo, yo creo que hasta los consoladores van a ser aceptados como un electrodoméstico más, y seguramente hasta van a venir bendecidos por la Iglesia. Viste cómo son los curas, no se van a querer quedar afuera del negocio. Van a venir con la carita del Papa y cuando lo prendés se va a escuchar un mensaje grabado: “El que no peca es un comilón”.

Entonces, ya, definitivamente, no va a haber que hacer nada. Y cuando lleguemos a ese punto, no vamos a tener más remedio que ser seres más espirituales. Hay unos libros que se venden ahora... 3 por 15 pesos... “Cómo ser espiritual, y no morir en el intento”. Un verdadero best-seller.

Por eso soy de los que piensan que no debemos desmoralizarnos. El futuro nos traerá montones de sorpresas. Montones de cosas nuevas que comprar. Todavía no alcanzo a imaginar cuáles pueden ser, pero ya tengo ganas de comprarlas. Así que sigamos adelante, con fe, con valor, con optimismo, y sobre todo... con sumo cuidado.




No hay comentarios: